Culto a los muertos en Solís de Allende.

Por el Dr. Ignacio Espinosa Solís (Kiskesabe)

Remembranzas de mi infancia, me hacen relatar que prácticamente durante todo el mes de octubre, se destinaba a los preparativos para las festividades de rendirle homenaje y recordar específicamente a los seres queridos que abandonaron el mundo de los vivos, y con la creencia dualista de cuerpo y alma, los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, las almas de los muertos descendían del cielo y los vivos recibimos esas almas plasmadas en evocaciones almacenadas y grabadas maravillosamente en una de las funciones excelsas de nuestro cerebro: la memoria, y que voluntariamente en esos días, nostálgicamente, revivimos el remoto pasado, platicamos, reímos, comemos, bailamos, cantamos, trabajamos, y gozamos, discutimos, nos pelamos, nos enojamos con esos seres queridos como si estuvieran en cuerpo presente y obviamente, con los de cuerpo presente, los vivos, todos en familia.

Todo octubre se dedica a trabajar para nuestros muertos: desgranar maíz para engordar el simpático cerdito, que se deja apapachar sin tener idea de lo que le espera, será sacrificado y ofrendado en ricos tamales pequeños y zacahuil (tamal grande). En ese mes es en el que más felices son los cerdos, sin saber lo que les espera. Además, hay que preparar el maíz, desde la siembra, cosecharlo, entrojarlo, cuidarlo, deshojarlo, desgranarlo y molerlo finamente para hacer la masa de los tamales; comprar cacao, tostarlo y molerlo en molino manual, tarea titánica porque el cacao es difícil de triturar, se calienta el molino y opone una resistencia tal que nos convierte en atletas. No hay chocolate más rico que el que se elabora con el sudor de la frente y el tremendo esfuerzo de nuestros brazos. Encalar las casas de adobe (no había pintura), limpiar los patios, lavar rejas y bardas de madera o de hierro, para que las almas de nuestros muertos disfruten su estancia pasajera en el mundo terrenal, bien comidos, bien dormidos bien cuidados en un hogar reluciente de limpieza. Sembrar cempoaxochitl cultivarlas y cosecharlas para tenerlas brillantes y hermosas.

Estos eran los preparativos para el culto a los muertos en un pueblo inserto en la cultura Huasteca, Solís de Allende, a 10 kilómetros de Temapache, del municipio de Álamo, Veracruz, antes Chalchiuhcuecan, que en náhuatl significa lugar de las faldas hermosas, metafóricamente, lugar de mujeres virtuosas. Nada que ver con “Villa Rica de la Verdadera (Vera) Cruz” con que la bautizaron los conquistadores.

Llegado los últimos días de octubre, se prepara y adorna con flores y frutas amarradas al altar y la mesa del comedor donde se colocarán todos los platillos, además de los tamales, elaborados según usos y costumbres de lo que el difuntito comía cuando estaba en este mundo: mole, enchiladas, cecina huasteca, pan fino de huevo, no como el de ahora que es puro engrudo. Y por supuesto, no puede faltar en al ofrenda el “chupe” de preferencia de los muertos adultos: recuerdo en la ofrenda el habanero berreteaga, bobadilla 103 y por supuesto, el “Ron Solís cuatro letras” (caña) que mi padre elaboraba, con la cosecha de su cañaveral y su alambique anexo a la molienda, y añejaba y curaba con cáscara de naranja, manzana, ciruelas pasas, puanes, jobo, aguacate oloroso, solos o combinados. Esos preparados se ofrendan en el altar.

El último día de octubre y el primero eran para atender el alma de los muertos pequeños y el día dos para los adultos, en casa, en el hogar donde vivieron, gozaron y sufrieron las inclemencias terrenales. Se les ofrecía almuerzo en la mañana, comida fuerte y abundante a medio día y otra ofrenda leve por la tarde, acorde con el día dedicado a pequeños con tamales de calabaza, pipian o frijoles recién cosechados y a los adultos los tamales con chilli, del infeliz cerdo. Me refiero a la carne del cerdo.

Hacíamos un caminito con las flores “cempasúchil” desde la calle hasta el altar dentro de la casa, como guía turística para los extraterrenales visitantes y los terrenales comensales.

Durante el ritual de la ofrenda, se servían las viandas y durante una hora poco más o menos, se respetaban esos alimentos, muy variados, con la fantástica idea de que las almas estaban degustando y decantando la ofrenda y no debíamos interrumpirlas.

Todo lo anterior se hacia con gusto, en armonía, jugueteando, con responsabilidad moral como parte del culto a nuestros seres queridos ya muertos.

Recuerdo que en ocasiones durante ese lapso, si se caía algún plátano del racimo, de la cosecha y colgado en el altar, me apresuraba a levantarlo para engullirlo.

_¡No muchacho!. _ exclamaba mi madre, celosa de su papel. _No interrumpas a las almas y los angelitos, están comiendo y ese plátano se le cayó seguramente a tu hermanito que se murió antes de que tu nacieras. Cuando terminen ellos, entonces si te lo puedes comer, yo te digo a que hora levantamos la ofrenda. Ante esta advertencia como si fuese de aduana, recuerdo que este nato irreverente, la cuestionaba:

_Pero si yo no veo ningún angelito volador, ni esas almas que usted dice. Se cayeron los plátanos de maduros, má, no las tumbaron los angelitos.

_¡Muchacho cabrón, cállese que diosito lo va castigar! _Me recriminaba, parafraseando un padre nuestro y otras tantas avemarías, implorando perdón por mi natural y espontáneo ateísmo. _Diosito, no me lo castigues, ya te llevaste a su hermanito, no te lleves a este, es mi zocoyote (Xocoyotl= el más pequeño). _seguía implorando. Y yo, como dice una canción: como si nada. ¿Y donde estará dios, que nunca lo he visto? Me cuestionaba desde esa época. Y me sigo cuestionando al respecto. ¡La verdad que este cuestionamiento es una inofensiva infantilada! Nada más. ¿O no?

¿Y el ánima sola?

El filósofo de Güemes nos enseña que primero es el número 1 y después el 2, pero en el 21, el 2 se chingó al 1. Me apego a esta profunda filosofía y aquí va la segunda parte de este tema que al paso que vamos, con tan escasos leyentes, probablemente mis lectores son los del más allá: ninguno.

En el culto a los muertitos que se van y no volverán, no se puede olvidar la ofrenda al ánima sola, a los muertitos que no tienen familiares vivos para rendirles homenaje. Mi madre ponía un pobre cajón en un rincón de la casa, independiente del altar principal, el de etiqueta con ricas viandas para invitados especiales; la ofrenda al ánima sola era tacaña, un pinche tamalito, un pan y una taza de chocolate:

_Esta ofrenda es para el ánima sola, los huerfanitos y los limosneros que no tuvieron quien los cuidara y que no tienen familiares vivos para que les ofrenden.

Nos decía. Esa ofrenda, me la engullía antes de tiempo; me sentía ánima sola, por esa mi madre no se preocupaba tanto como de la ofrenda de la mesa principal de etiqueta tipo manual de Carreño.

Cuando se daba la autorización de levantar ofrenda. ¡Al ataque mis valientes, que “pa`comer” pan de de huevo y tamales de puerco nacimos! ¿Miedo al colesterol? ¡Ni madréporas marinas! Se hacían pailadas de tamales, cientos de tamales de uno o dos cerdos gordos, y a pesar de que en esos días había y desfilaban visitantes familiares de las congregaciones aledañas, o paisanos que vivían en otras ciudades, y llegaban de visitas “levantadores de ofrenda” (gorriones), había tantos, gorriones y tamales que durante ocho días seguíamos engullendo tamales recalentados, más sabrosos que recién cocidos. ¡Que colesterol ni que la tiznada! En aquellos tiempos no se vivía el terrorismo médico actual del colesterol y las grasas animales.

Y seguía el “octavario”, ocho días después, el día 9 de noviembre: otro cerdo convertido en decenas de tamales para realizar el mismo ritual de ofrenda pero ahora en el cementerio, un día de campo en Mictlán, el lugar de los muertos en la cosmovisión de los mexicas, ofrenda de cuerpo presente, no de almas y angelitos. Bueno, de materia presente, porque la materia no se destruye, solo se transforma en las tumbas de los muertos, nos convertimos en polvo y nos seguimos trasformando, no, nada estático.

Igual que en casa: almuerzo, comida y cena, con las variadas viandas y chupes, canciones, boleros, al gusto de los difuntos y de nosotros los vivos.

Por primera vez, hace unos 30 y tantos años, llevé unos trovadores de huapango huasteco al cementerio, a mi hermano mayor y a mi padre, les encantaban los huapangos y con la letanía y el falsete de El Huerfanito y El Llorar, pues no quedaba otra más que llorar: ¡y órale y órale y órale! Que al fin y al cabo para chupar, digo, para llorar nacimos.

En ese trance, uno tiene deseos de que los seres queridos se levanten de ultratumba y nos acompañen a engullir tamales, pero por más que uno les ¡y órale y órale! y otros les rezan y rezan, no más ninguno se levanta para que nos confirme ese otro mundo que todo mundo cree, pero que hasta el momento, después de los 2.5 millones de años en que apareció el hombre, en la edad de piedra (paleolítico), ninguno ha regresado para confirmar la existencia del más allá. Por eso yo creo que solo hay más acá, aquí ¡Hoy, hoy, hoy!, pero no hay más allá.

Todo el día: llantos, nostalgia, recuerdos, danzantes (las malinches) en las tumbas de los seres queridos. Por la tarde, tristes y solitarios unos, con el filósofo “Empedocles” y “hasta atrás”, otros; los paisanos regresábamos a nuestros hogares por la tarde noche. El cementerio de Solís de Allende esta localizado a unos cinco kilómetros, a pie o a caballo, todavía no teníamos vehículos. Con el ron cuatro letras entre pecho y espalda, ni falta que hacían.

Algo semejante se vive en Castillo de Teayo, también de la cultura Huasteca, a unos 35 kilómetros de esta ex-capital petrolera, donde acudo cada año, a levantar ofrenda (de a gorrión por supuesto) y mis amigos de Castillo de Teayo, creo que me ofrecen la ofrenda del ánima sola; si es así, ahí en Castillo de Teayo, “mecái” que si les va bien a las ánimas solas. Fue en Castillo de Teayo donde por primera vez, me ofrendaron una botella de la gran dama francesa del champán, Barbe Nicole Ponsardin, viuda a los seis años después de haberse casado con Francois Clicquot, dueño de viñedos. ¿Moriría de cirrosis? Nadie sabe, nadie supo, pero fue horrible, fue horrible. Me refiero a que fue horrible la vida de la viuda y su niña, porque el champán que elaboró es de los más exquisitos al paladar, y es huérfano, ¡No tiene madres!, sobre todo si es sin gas. ¿Champán sin gas? Que vulgar es Kiskesabe, pensará alguno de mis dos lectores y medio (medio muerto alguno de ellos) ¿Un vino espumoso sin gas? Bien, pues es el mejor y el que más le gusta a Kiskesabe, champán bien frío y sin gas…tar, de gorra. Faltaba más.

Castillo de Teayo, fue donde hice mi servicio social en 1970, fue más social que servicio. Me acerco en esos días de muertos pues expedí más de un certificado de defunción en esa comunidad y el deber profesional me llama, me hace ir a rendir homenaje a mis antiguos pacientes, por supuesto, camuflado de ánima sola. ¡Por si las moscas! No sea que alguno de mis pacientes de los 70, se levante y ande, y demande algún agravio y decida convencerme de que si hay un más allá. Pero hasta hoy, ninguno de esos pacientes “andó” o anduvo, después que les certifiqué su muerte.

Hasta aquí una descripción muy personal de mis vivencias de los seis o siete años en adelante y realizada actualmente, en forma parcial en cuanto a las descripción de un grupo de hechos, habiendo omitido algunos intencionalmente para elaborar reflexiones, deducciones y conclusiones en relación al origen, significado antropológico, social y cultural de este fenómeno humano de la vida y la muerte, que son una y nada más. Ni duda, la vida y la muerte, como la juventud que se va, son una y nada más.

Y ¿Qué hay de lo español y lo autóctono en este culto a los muertos?

El otro grupo de sucesos superpuestos a las dos narraciones previas son los siguientes: en los altares y la mesa de ofrenda se colocaban imágenes de la Guadalupana, de Jesucristo y de diversos santos o arcángeles: san Gabriel es el que más recuerdo porque creo que, parece que es el que esta montado en un magnífico y envidiable caballo alazán lucero. Mi madre, creo que ponía hasta imágenes de santos ya descontinuados, de esos que ya no hacen milagritos. Mi pueblo en aquel tiempo era un típico Macondo de cien años de soledad, esos lugares donde el reloj se detuvo. Y todavía a pueblos en los que el reloj se detuvo. ¿Será así todo México?

Pero todo cambia, lentamente pero todo evoluciona. Los tamales son clásicos y por supuesto los vinos: El berreteaga ya no existe, no importa, hay nuevos destilados, pero el ron Solís cuatro letras (c-a-ñ-a) curado, es inmortal y mortal si se ingiere en exceso.

Mi madre repetía los rezos de velorio, todo el habitual rosario para los muertos, con el modelo del cristianismo traído por los españoles, pero que nada tienen que ver con el ritual del homenaje cósmico a los muertos de los antiguos mexicanos, antes de la llegada de los españoles. Recuerdo que los rezos a fuerza de oírlos reiteradamente, me los aprendí, pero nunca participe dócilmente en repetirlos en coro con mis familiares. Esos ritos cristianos se intercalan en las ofrendas.

Y aquí esta otro hecho: la primera parte de la descripción la ubico como autóctona de nuestros antiguos mexicanos pues ellos no manejaban santos, ni arcángeles o querubines alados, ni un dios único y verdadero, eran politeístas y sus dioses eran creados a imagen y semejanza de la naturaleza, con una visión, no divina sino cósmica: dios de la lluvia, de la cosecha, de la guerra, dioses cerros o dioses serpientes. Y el homenaje a los muertos en esos días mencionados, es directamente a ellos y a la supuesta alma separada del cuerpo, como la describe en su vertiente idealista el filósofo Descartes, que para los mexicas nada tiene que ver con un solo dios creador de todas las cosas.

Los rituales cristianos se mezclan con los rituales autóctonos hasta el momento actual. ¿Porqué?

Se sabe que los rituales cristianos y la cruz fueron impuestos por la santa inquisición, y los conquistadores, a sangre, fuego y espada, es decir “Ahuízotl” tradúzcase “a güevo” , ya que Ahuízotl fue un gobernante azteca que no cantaba mal las rancheras para imponer su ley y aumentar el imperio de los aztecas. Era muy sanguinario, se cree que sacrificó entre 20 mil a 80 mil indígenas, como ofrenda a los dioses, en la inauguración del templo mayor. Por supuesto, los sacrificó Ahuízotl.

Esos sacrificios filosófica y moralmente son válidos en ese lugar y tiempo histórico que les tocó vivir, así satisfacían a sus dioses. Los usos y costumbres se convierten en leyes. De todas formas, Ahuízotl, debió esperar a que llegaran los hombres blancos y barbados, los españoles, para ofrendarlos a los dioses. De ser así, mis dos lectores y el medio muerto, y yo nos privaríamos de disfrutar la lectura de estas remembranzas.

Al analizar el culto a los muertos hay mezcla de las dos culturas, un sincretismo, dicen los vencedores de la conquista, que destruyeron gran parte de los avances tecnológicos materiales y culturales autóctonos. ¿Conocemos la versión de los vencidos?

¿Por qué no los exterminaron? ¿Será porque finalmente los conquistadores en realidad reconocieron que los antiguos mexicanos eran indomables por la fuerza.

Ahora bien, parece claro que los antiguos mexicanos no le tenían miedo a la muerte, se sentían privilegiados al ser elegidos para el sacrificio. Hacían guerras floridas de común acuerdo entre dos pueblos, con el fin de capturar prisioneros de ambos bandos para sacrificarlos y alimentar al dios sol con esos sacrificios. Como si fuese un partido de futbol del torneo de los barrios. El miedo actual a la muerte es herencia de los españoles, con el culto de pecado y castigo, los nocivos sentimientos cristianos de culpa, que tanto sufrimiento emocional causan.

Si no puedes con el enemigo, únete a él, permitamos que sigan con algunas de sus costumbres que no nos afecten, e impongámosles las que nos convienen. Así, posiblemente pensaron los españoles, de ahí la explicación de la mezcla de rituales en este culto a los muertos… y en toda nuestra cultura actual

Esta descripción es muy personal. Recientemente leyendo las crónicas de las fiestas de Xantolo en Tempoal Veracruz, la más publicitada, pues resulta que es la misma que yo viví desde mi lejana infancia, no describí nada extraordinario,

Por cierto, Xantolo es una palabra introducida al náhuatl, por la deformación de la frase latina: festiumominum sanctórum= fiesta de todos los santos. Obviamente esta es una imposición de los conquistadores, no imagino a Moctezuma o a Xicohténcatl arengando a sus pueblos en latín.

También se queman cuetes, durante la ofrenda, para avisarle a las almas que el banquete está servido. parece que los cuetes es un recordatorio con el cual los españoles nos siguen diciendo que la pólvora fue con la que nos dieron “in tutta la madonna”. Aunque esto parece dudoso pues de acuerdo con la alianza traidora de los tlaxcaltecas y otras tribus con Cortés, en contra de los aztecas, la conquista la realizaron los mexicanos, no los españoles y la independencia de México de la corona española, no la realizaron los mexicanos, sino los españoles criollos encabezados por miguel Hidalgo que se rajó para atacar México o se arregló con el rey de España para seguirnos gobernando ¿Hasta el momento actual? Así parece.

¡Haiga sido como haiga sido!, parece que el germen de la corrupción y descomposición social y de valores y la barbarie que vivimos actualmente, se origina en la irreversible conquista. No nos queda más que seguir de hoy en adelante, la historia no se repite, y lo pasado, pasado es.

Todo cambia, el culto a los muertos es muy costoso, ya no se hacen tantos tamales de carne de puerco como antes, ahora los rellenan de mucho afecto, me consta, en mi pueblo, Solís de Allende y en Castillo de Teayo, todavía me reciben a tamalazos, pocos, pero sabrosos.

Dr. Ignacio Espinosa. Alías Kiskesabe, y lo que no sabe, lo inventa.