Flexibilidad terapéutica.

Los médicos tienen dos grandes responsabilidades ante los enfermos: establecer el diagnóstico de la enfermedad lo más exacto posible y con ello el tratamiento certero.

Teóricamente en medicina es básico establecer la, o las causas de todas las quejas de los enfermos. Este objetivo no siempre es posible lograrlo, por inexperiencia profesional o porque en algunas molestias no es dable todavía establecer una relación causa efecto directa y única. Todas las enfermedades sin excepción, tienen múltiples factores causales, biológicos y ambientales, entre los que se incluye no tan solo el clima y la geografía sino factores económicos, políticos y socioculturales. Es obvio que la terapia de los problemas médicos debe incluir a todos los posibles factores desencadenantes.

De los conceptos previos depende en gran medida el éxito o fracaso en la solución de los problemas que se platean en la práctica clínica cotidiana.

En general, la formación académica del médico es principalmente biológica, lo que significa que se debe indicar tal o cual medicamento si existen pruebas medibles en sangre o en estudios de gabinete que confirmen la enfermedad, como sucede en el caso de la tuberculosis, en que la regla administrativa es indicar los medicamentos siempre y cuando se haya demostrado la presencia de la bacteria en las muestras de expectoración bronquial, lo que no siempre es posible certificar objetivamente en el cien por cien de los casos. El terapeuta en estos casos debe improvisar una decisión con base en su experiencia en el manejo de este tipo de casos.

Con cierta frecuencia cometemos algunos errores durante la entrevista clínica, fundamentalmente en el terreno de la comunicación humana, independientemente de si el diagnóstico y tratamiento son correctos o incorrectos. Errores secundarios al marco conceptual en que se desenvuelve la práctica de la medicina y con ello la relación médico paciente, la cual puede verse seriamente afectada por la posición que adopta el terapeuta médico hacia el problema del enfermo.

No me es posible olvidar a un sujeto de unos 60 años de edad que se presentó a consulta con diagnóstico de hipertensión arterial y sometido a tratamiento con múltiples medicamentos. Su presión era normal. Poseía el registro escrito de las mediciones de su presión arterial durante los últimos meses, acto que deberían aplicar todos los enfermos que reciben tratamiento para la presión arterial alta.

El paciente tenía el aspecto de ser una persona muy severa y rígida en sus principios y en su conducta familiar y personal, su mirada penetrante y su gesto adusto y hosco así lo insinuaban. La hija había heredado esas mismas características de personalidad, mucho más severas que su padre o quizá se hacían más notables por el hecho de ser mujer.

Desde mi punto de vista las cifras no eran tan elevadas como habían hecho creer al enfermo, por tanto me pareció que el tratamiento era excedido y encarecido. Así lo hice ver al paciente.

En principio aceptaron esta observación y con cierto recelo accedieron en disminuir la dosis de los medicamentos. Habían recibido información alarmante de grave peligro si no ingería los fármacos a las dosis indicadas, por lo que ofrecí al paciente que ocurriera al consultorio durante unos tres días para personalmente medir la presión, sin costo adicional alguno. Justamente lo hizo y durante tres días sus cifras de presión arterial fueron normales a pesar de la disminución de la dosis. Había logrado su confianza, aparentemente.

Sin embargo, unos 15 días después se presentaron sumamente alarmados ya que una persona, de alta estima para ellos, sin ser médico ni enfermera había medido la presión arterial. Con 140/95 le informó que era muy alta y que podría padecer una hemorragia del cerebro, además les soltó que como era posible que se hayan disminuido las dosis de los medicamentos. Acudió nuevamente a que certificara lo anterior. El paciente se sentía bien físicamente.

En el momento en que me informaron que la citada persona, muy apreciada de la familia, no era ni enfermera ni médico, cometí el error de descalificar su punto de vista y afirmar categóricamente que su opinión no era confiable ni debía tomarse en cuenta puesto que no era experta en el diagnóstico y tratamiento de este tipo de problemas. Se acabó la poca confianza que había ganado. Fui descalificado, para ellos ofendí la amistad que existía con la persona que midió la presión arterial. La hija del paciente casi me regañó, eliminando el casi, de plano debo reconocer que me regañó, arguyendo que no tenía ningún derecho a exteriorizar un punto de vista tan tajante. Posiblemente en el tono de mi voz o en algún gesto facial se sintieron agredidos, aun cuando no fue esa mi intención

Con “la cola entre las patas” no tuve más que aceptar que “la había regado” desde el punto de vista comunicativo, aún cuando desde el enfoque biológico tuviera razón ya que la cifra de presión arterial estaba dentro de límites normales y el paciente en realidad no corría peligro alguno de sufrir un daño físico, no menos importante que el psicológico. Por más intentos que hice por corregir el error y hacerle ver al paciente y su hija que no había riesgo con esa presión arterial, sentí que se había roto la comunicación por un detalle aparentemente sin importancia.

Nunca más regresaron a la cita de la siguiente consulta. Sorpresas del oficio.

En el área de la terapia familiar, en la cual la mayoría de los médicos somos neófitos, se menciona la importancia de la flexibilidad en la conducta del terapeuta, si éste cambia su comportamiento y forma de comunicación, puede lograr un efecto acentuado en las experiencias de los sujetos de estudio. Cambios ligeros en las palabras, pueden producir cambios espectaculares en la relación médico paciente

De la forma en que se describió el estado de ánimo observado en el paciente y su hija, se deduce que es uno de los factores que influye en la comunicación y sus efectos. No menos importante es tomar en cuenta el estado de ánimo del terapeuta médico en el momento de la entrevista: ¿ansioso, deprimido, endeudado, cansado, preocupado, estresado, etc.?. Esto no le importa al paciente, él acude para resolver sus problemas, no los del terapeuta médico.

Cada sujeto es un individuo, por lo que es responsabilidad del terapeuta médico adecuarse lo mejor posible a las necesidades psicológicas del enfermo, sin recortar a la persona para que se ajuste a la rigidez del terapeuta. He ahí la clave de la flexibilidad terapéutica, tarea muy complicada pero esencial para lograr el éxito y conservar una buena imagen profesional.

Si el paciente es rígido, el terapeuta médico debe ser flexible. He ahí el dilema. No obstante, debemos aceptar que hay médicos y pacientes impenetrables.