Cardiaco por decreto.

Estamos acostumbrados a entender por decreto, un mandato o ley establecida en códigos legales. Estos mandatos constitucionales, pueden ser nuevas aportaciones originales o modificaciones a otros ya existentes. Democráticamente los decretos son benéficos a la sociedad en general. En la vida real no siempre es así.

Parece grotesco hablar de decreto en el campo de la medicina, pero analicemos el siguiente caso clínico y saquemos algunas conclusiones: un hombre de 28 años de edad se presentó sumamente preocupado, al borde de la histeria y del suicidio, llorando amargamente relatando que no quería morir tan pronto y dejar solos en este mundo cruel a su joven esposa y un vástago de un año de edad. Sin prisas me senté a escuchar su historia clínica. Con todo detalle me recordó que seis meses antes, me había consultado por un dolor abdominal secundario a una colitis de origen nervioso, en parte porque en esa fecha estaba viviendo la enfermedad de su padre de 70 años el cual padecía del corazón y que estaba muy mal, para finalmente fallecer unas semanas después.

De la colitis mejoró con el tratamiento y la orientación establecidas durante aquella lejana consulta.

En el momento actual, se quejó de un ligero dolor en el área del corazón, de muy corta duración y que aumenta con los movimientos del brazo izquierdo, principalmente cuando hace esfuerzo para levantar bultos pesados pues participa en una reparación que esta realizando en su casa con un albañil que se comprometió a resolver la ampliación en un mes y ya tiene 4 meses, con un presupuesto inicial de 15 mil pesos y ya tiene 30 mil gastados y todavía lleva tan solo un 70% de la tarea programada. Casi se agarra a golpes con el “maistro albañil”, su esposa lo atajó y se tuvo que  “tragar el coraje”. Pocas horas después, el dolor mencionado aumentó. Se atemorizó tanto al recordar que su padre murió del corazón que perdió el control emocional y sus familiares lo llevaron con un médico.

Le tomaron un electrocardiograma, la presión arterial, le hicieron una prueba rápida de sangre en un dedo. El médico pasó a toda la familia incluyendo niños para informarles que el problema era muy grave,  tenía una lesión seria en las arterias del corazón, que en cualquier momento le podría dar un infarto y morir, además había elevación del colesterol y un poco el azúcar y que todo esto empeoraba más aún su enfermedad. Debía trasladarse cuanto antes al DF para un estudio de corazón, podría necesitar cirugía de coronarias y como no tenía acceso a la seguridad social, necesitaría unos 20 mil pesos para empezar a resolver su problema. ¡Ah! Pero antes de ir a México debía pasar nuevamente con él para tomarle otro electrocardiograma y darle tratamiento para protegerlo de la altura. Le prescribieron siete medicamentos, para colesterol, vitaminas, calmantes del dolor, para la presión arterial, para los nervios. Tratamiento de perdigonada o escopetazo… ¡Dos pesos, tan solo en la receta!. ¡Para no fallar pues!

El paciente insistió en que seis meses antes estaba bien de sus coronarias pues se le había tomado un electrocardiograma y era normal, salió bien de la presión arterial del colesterol y del azúcar, cuestionó al médico como era posible que estuviera tan grave. El galeno le informó que en seis meses la presión arterial, el colesterol, el azúcar elevados pueden causar mucho daño y que a eso se debía su padecimiento actual, recalcó casi enojado que si no hacían lo que indicaba ellos serían responsables de la muerte del paciente. Le decretaron el patíbulo.

A otro día solicitaron mi opinión. Serio lío me esbozaron. Puesto que ya conocía al enfermo, tenía alguna ventaja. Personalmente yo no creí que el problema fuese tan grave como se les planteó. Existen médicos que utilizan la táctica comercial  de exagerar la gravedad y el pronóstico de una enfermedad para embaucar al enfermo y sus familiares y de esta forma, sicológicamente tenerlos cautivos con tanta ansiedad como para que cumplan todas las irracionales indicaciones que significan desatadas ganancias económicas. Exagerar una enfermedad cardíaca redunda en alto grado de ansiedad para el enfermo y sus parientes. Esta táctica es parecida a los decretos y el médico se unge como el todopoderoso, el sabio, el único, lo máximo, el supremo, una eminencia, cuyos puntos de vista y afirmaciones son incuestionables por cualquier otro mortal.

En realidad el paciente no padecía enfermedad física o anatómica del corazón, el cual se encontró sano. Padecía de neurosis cardíaca por estrés, causa frecuente de dolor precordial. Probablemente un leve dolor muscular por esfuerzo, su mente ansiosa lo amplificó y el médico “aprovechó el viaje”.

Expliqué al enfermo que para tomar el electrocardiograma se utilizan puntos de contacto en las 4 extremidades y  en seis puntos específicos de la piel en la cara anterior del tórax por ejemplo: cuarto espacio intercostal del lado derecho del esternón, cuarto espacio intercostal izquierdo del esternón, quinto espacio intercostal izquierdo a la altura de la línea medio clavicular, etc. y que basta cambiar de posición los electrodos para alterar el resultado y dar falsos positivos. Esta táctica la utilizan los charlatanes para engañar a los enfermos. Efectivamente su electrocardiograma previo mostraba lesión de coronarias, pero clínicamente no había datos de lesión cardíaca.

Le tomé un trazo electrocardiográfico el cual fue normal, coincidía con los datos del enfermo. Cambié de posición dos electrodos, los que estaban alterados en el electrocardiograma previo hasta mostrarle al enfermo el cambio del estudio, su “anormalidad” se hizo presente tan solo con esta sencilla maniobra.

Así de fácil se puede charlatanear y extorsionar a los bonachones e ingenuos enfermos que depositan su confianza, su salud y sus bolsillos en médicos sin escrúpulos que amparados en títulos oficiales, corbata y cuello blanco, computadora y alta tecnología, lucran inmisericordemente con el dolor humano sin importar los daños económicos físicos y psicológicos que causan a toda una célula familiar.

Con esta orientación, posteriormente me comentó que celebró felizmente las fiestas de fin de año, refrescándose el gaznate sin preocuparse por la huesuda.