Dolorímetro mexicano

Evaluar la intensidad del dolor de los pacientes, es una tarea médica en ocasiones confusa y comprometedora al no se cuenta con un aparato para medir el dolor como el termómetro para la fiebre. La severidad del dolor se fundamente en los datos intangibles de los pacientes. El médico debe estar atento al lenguaje verbal y no verbal como los gestos, movimientos, posición del cuerpo, expresión de los ojos, la boca, labios, la piel de la frente, tono y modulaciones de la voz y otros datos de observación para determinar el grado de dolor de quien lo sufre.

En México ya existe un aparato para medir el dolor, lo descubrieron los enfermos, hacen ya muchas lunas, no fue en los hospitales sino en nuestra muy golpeada campiña mexicana. Su nombre ya ha sido aprobado hace algunos días por los abuelitos de la Real Academia Española de la lengua de Madrid.

Hace algún tiempo recuerdo a un bronceado hombre del campo, con sombrero texano, pero no es texano, con botas marca Fox, pero no era Fox ni Bush, quejándose de una molestia en abdomen y diciendo:

_Doc, lo vine a ver porque tengo ¡un chingo de dolor! Aquí en el estómago. _Dijo con gran énfasis el hombre, mostrándose la parte alta del abdomen y continuó._ A veces me duele ¡de a madre!, Como si estuviera pariendo cuates y luego me disminuye pero me está moleste y moleste y no me deja. ¿Qué será Doctor?. ¡Quiero que me diga a que chingaos se debe este dolor que me “trai” jodido y a veces hace que me sienta de la chingada!.

Con estas palabras y otras que por el momento no vale la pena mencionar, planteó su problema este folclórico y por demás simpático y agradable sujeto que en cada frase utilizaba dos o tres expresiones del otrora censurado diccionario de la Real Academia del glorioso puerto de Alvarado Veracruz.

En el momento de su exposición, no mostraba gestos de dolor. Lo notable era el lenguaje que utilizó para describirlo. No había en sus expresiones ni agresión enojo o frustración, simplemente describió su dolencia en relación con su marco social de referencia, ni bueno ni malo.

En ocasiones el médico debe estar atento a las expresiones propias de cada región de donde proceden los enfermos ya que una misma palabra en diferentes regiones puede tener diferentes acepciones de acuerdo con los usos y costumbres de cada grupo social en cuestión. Esto obliga al médico a interrogar minuciosamente a los enfermos con el fin de que la información obtenida no se preste a interpretaciones erróneas, diferente a lo que el enfermo trata de comunicarnos.

Este hombre resultó con cuadro clínico sugestivo de cálculos en la vesícula, por lo que se le solicitó un estudio ultrasonográfico confirmando la presencia de múltiples cálculos, origen del dolor intermitente, de intensidad variable desde muy ligero y tolerable, pasando por moderado pero incómodo, hasta muy severo e incapacitante. En el momento de la consulta no había dolor

Puesto que no existe un aparato para medir el dolor como el termómetro para medir la temperatura, la inventiva imaginación del mexicano, ha diseñado una forma más o menos exacta para medir la intensidad del dolor. Este sofisticado aparato mental es tan exacto, que utilizado por médicos avezados en su interpretación, el margen de exactitud puede ser del cien por cien.

Para describir un dolor ligero, leve que no impide realizar las funciones principales como dormir, comer, orinar o defecar ni interfiere con las actividades laborales hogareñas o sociales el lenguaje folclórico utilizado es “como si tuviera una pendejadita o una chingaderita ahí dentro”. Si el dolor es moderado o término medio que interfiere ocasionalmente con las actividades cotidianas mencionadas se puede describir como “un chingo o un cabronal”, pero si el dolor es intenso que obstaculiza el sueño y todas las demás actividades y funciones, las expresiones son más efusivas: “me duele de a madre”, “Me duele como si estuviera pariendo chayotes” o “me duele un putamadral”. Este es el folclórico dolorímetro mexicano que en 30 años de ejercicio profesional he tenido la oportunidad de escuchar para describir con mucha exactitud el grado de dolor que los pacientes dicen padecer.

Para aprender a manejarlo, deben acudir al Puerto de Alvarado. Los cursos para su uso se imparten en todas partes y a cualquier hora, desde la terminal de autobuses, en cafeterías, y es posible que hasta en los hospitales.

Los expertos que imparten los cursos son avalados curricularmente por la academia de Alvarado: boleros, chóferes de sitio, meseros, tenderos, jornaleros, campesinos, guías turísticos, lancheros, y parece que hasta los curas, así como una pléyade de literatos poliglotas de reconocida solvencia académica internacional.

La novedad, y esto no es cuento, es que la nueva edición del diccionario de la Real Academia Española de la lengua, le ha dado reconocimiento a la Universidad de Alvarado y a incluido todos estos términos de nuestro lenguaje folclórico mexicano como mexicanismos y en adelante no habrá bases para censurar dichos términos como hasta el momento se hace.

 Esta nueva edición del diccionario, a partir de los días de Octubre 2001 ya está a la venta al público, según noticias de la prensa escrita (Proceso núm. 1302 de Octubre 2001) en la que se comenta que la Real Academia oficializa palabras y frases como: canijo, chingadera, híjole, huerco, méndigo, taco, güey, padrísimo, ¡qué poca madre!, huevonear, a toda madre, dar en la madre, estar hasta la madre, no tener madre, partirse la madre, qué poca madre, chingada, ¡Váyase a la chingada!, chingadazo, caifán, pedo, chingón y otras frases y palabras malsonantes para algunos o palabrotas para otros. Debemos revisar la nueva edición del citado diccionario de la lengua. ¡Se acabó la censura y el moralismo para esas expresiones muy a la mexicana!