Neurosis y leucemia.

Una mujer de 40 años se presentó a consulta con múltiples síntomas de larga evolución para los cuales no tenía una explicación razonable ya que a pesar de haber recibido múltiples tratamientos las molestias aparecían y desaparecían con o sin medicamentos, hecho que ya la tenía al borde de la histeria puesto que se imaginaba que padecía alguna terrible enfermedad incurable pues ningún médico lograba mejorarla.

Su padecimiento actual tenía unos 2 años de evolución caracterizado por dolores en diversas regiones del cuerpo, ella decía que los huesos, pero señalaba áreas musculares de cuello, espalda, cintura, piernas y brazos. Estos dolores calmaban espontáneamente o con medicamentos analgésicos y antirreumáticos. Le dijeron que padecía artritis, pero ella no refería datos clínicos francos de artritis, puesto que los dolores se ubicaron en músculos y no en articulaciones. Sus radiografías de huesos eran normales, las pruebas de artritis negativas. Los medicamentos antirreumáticos pueden calmar los dolores tanto reumáticos como musculares. Son inespecíficos.

Recibió calcio y hormonas porque alguien le dijo que era por osteoporosis, no hubo respuesta. La osteoporosis no causa dolor a menos que se complique con fracturas, las cuales son relativamente de fácil diagnóstico. Ella no tenía datos de fracturas. No estaba en la menopausia. Sus menstruaciones eran normales.

Por mareos había recibido medicamentos para la circulación sanguínea cerebral. Por la edad es poco probable la arteriosclerosis cerebral, por lo que no se justificaba el diagnóstico de falla circulatoria cerebral. A esta edad la causa más frecuente de mareos es la ansiedad.

Se le entumía la mano y el brazo izquierdo, temía padecer del corazón, consultó a un cardiólogo, le informó que su corazón era sano al igual que su presión arterial. Sin embargo, seguía con cierto temor a padecer del corazón y morir en cualquier momento. Se le tomó otro trazo electrocardiográfico el cual fue normal, al igual que el previo. Se convenció casi por completo de que no era cardíaca.

También se quejaba de “gastritis” según ella que ningún médico le había podido controlar. Le habían hecho una endoscopía de estómago, le dijeron que la causa de su gastritis era una bacteria, le dieron tratamiento con antibióticos y uno que se llama vertisal, así como antiácidos de distintas marcas. Gastó unos dos mil pesos (de los del 2001) tan solo en medicamentos para la gastritis. Nada. Ella seguía con sus agruras y mala digestión.

Hasta consultó a un brujo de su pueblo, le hizo barridas con huevos y le dijeron que estaba embrujada, hicieron las maniobras de hechicería para desembrujarla. Sin respuesta. Ni el brujo pudo con su caso.

Busco solución en otras medicinas alternativas como la homeopatía, llegó a ingerir hasta ocho medicamentos homeopáticos simultáneamente. Por algunas semanas sintió mejoría, pensó que al fin había encontrado quien la curara. Pero pronto recayó. Dejó esa opción.

Buscó la herbolaria, le indicaron una pócima tan amarga que vomitó y abandonó esta posibilidad.

Solicitó mi opinión.

Con toda esta larga y penosa historia clínica pensé en deshacerme del compromiso y enviarla a un gran centro médico para estudiarla con lo ultimo en tecnología computarizada o bien a la hermosa villa y laguna de Catemaco Veracruz, el rincón de los mejores brujos de México, en donde los enfermos se alivian por el efecto sanador y rejuvenecedor de los hermosos paisajes naturales, la rica comida con “carne de mono” (puerco ahumado con leña de árboles aromáticos como el cedro) sin descalificar el efecto placebo o de sugestión emocional que los embrujadores rituales deben poseer y que hace “exitosos”a los brujos y también a muchos “éxitos” de la medicina llamada científica y de otras medicinas alternativas.

La paciente me hizo ver que yo era su última carta. La penúltima para mí, porque siempre hay alguien mejor.

Le fallé. No por negligencia o falta de atención. Su enfermedad era de las llamadas psicosomáticas, rayando en la hipocondría, con mezcla de frustración, impotencia ante lo inevitable, coraje y rabia.

La causa principal de sus múltiples molestias para mí radicaba en que tenía un hijo de 8 años enfermo de leucemia con el cual llevaba batallando dos años, los mismos en que ella se empezó a sentir mal. Físicamente no había datos clínicos objetivos de alguna enfermedad anatómica como era su temor. No estaba desnutrida, ni anémica no había ataque al estado general pero si denotaba en su semblante una gran depresión, tristeza, ojeras, miedo, preocupación. No era para menos. Sabía que su hijo no viviría mucho tiempo. Se le indicó receta para sus dolencias, para su estreñimiento incluso inició tratamiento antidepresivo. La respuesta fue mínima.

Los dolores del alma son de difícil control, en estos casos poco efecto tienen los medicamentos, a ella le dolía el alma por la amenaza de la pérdida de su hijo. Creo que le ayudó un poco el hecho de aceptar que sus molestias físicas no sugerían enfermedad física grave. Su temor principal era la muerte inminente de su hijo ¿Y si moría ella antes?.¿Quién lo cuidaría como ella?.

Le perdí la pista. Dos años después regresó a consulta por una infección urinaria. Los males previos habían desaparecido por completo. Le pregunté con sutileza quien la había curado. ¿Se le rodaron las lágrimas?. ¿Murió su hijo? Pregunté. Si. Respondió. Y a partir de ahí, su hijo descansó y usted también. Afirmé. Si doc Kiske, tenía usted toda la razón. Finalizó.