Los polleros y la presión arterial.

Una mujer de unos 50 años de edad se presentó a consulta quejándose de mareos, decaimiento generalizado, se sentía desguanzada y con pesadez en la cabeza, caminaba una cuadra y se sentía un poco agitada. Dos semanas antes le habían indicado tratamiento para la presión alta con captopril de 25 mg una tableta en la mañana y otra en la tarde. Le dijeron que tenía 150/100 y que esa medicina debía tomarla toda la vida. En esa ocasión se quejaba solo de dolor de cabeza. Era la primera vez que le encontraban la presión alta.

La exploración física mostró que su presión arterial era de 100/60, menor al promedio de 120/80, sobre todo tomando en cuenta su edad ya que con ésta (la edad) la presión arterial tiende a subir por razones naturales y como mecanismo de defensa ante el paso de los años. Puesto que seguía tomando las dos tabletas de captopril, se atribuyó a este medicamento las molestias que en esa consulta presentaba.

Estaba pasada de medicamento para la presión. Ella tenía solo dolor de cabeza y ahora tenía manifestaciones propias de disminución del flujo sanguíneo cerebral por la presión baja yatrogénica.

Sugerí eliminar el medicamento lentamente en varios días pues la paciente se alarmó cuando le informé que debía eliminar el medicamento. La información que había recibido con respecto a la presión la había angustiado pues le advirtieron que si dejaba de tomarla podría darle una hemorragia cerebral o un infarto en el corazón.

Se le orientó que esto era falso ya que su presión arterial se había elevado en forma aislada y que era poco probable que sucediera lo que le pronosticaron pues a su edad sus arterias aun estaban sanas y elásticas y resistirían altas presiones sin lesionarse. Para que se presente una hemorragia cerebral o un infarto del corazón debía tener una lesión previa de las arterias y en ella, sin haber padecido hipertensión anteriormente, ni diabetes, ni obesidad, ni colesterol o triglicéridos elevados y por su edad, era poco probable que padeciera lesión de arterias (arteriosclerosis.).

Investigué si la paciente tenía alguna preocupación. En principio negó esta posibilidad, pero se le hizo saber que era importante que me informara con certeza si tenía o no problemas ya que estos pueden alterar la presión arterial en forma pasajera y sin peligro. Así, confesó que tenía unos hijos en la frontera y que uno de ellos había emigrado al país de los sueños (Estados Unidos) y que hacía meses que no sabía de él. Vio la noticia de la muerte de veracruzanos abandonados en el desierto por los polleros. La preocupación por la posible muerte de un vástago, creo que es más que suficiente para subirle la presión al más valiente de los valientes.

Se convenció parcialmente de lo anterior y aceptó disminuir la dosis no sin antes saber que debía comunicarme personalmente o por teléfono cualquier cambio que notara y personalmente supervisar su evolución. Se indicó un relajante no sedante, a dosis mínima y de los que no provocan adicción ni alteran los reflejos nerviosos. Se recomendó que lo tomara durante algunos días.

Así lo hizo y a los 4 días me informó que su presión era de 130/80 y que se sentía bien. Sugerí que suspendiera el relajante y que no tomara ningún medicamento para la presión arterial.

Le perdí la pista hasta que un mes después recibí un telefonazo de larga distancia y se entabló el siguiente diálogo:

__Dr. Espinosa, soy fulana de tal, me consultó hace como un mes por lo de la presión arterial, usted me dijo que suspendiera el tratamiento y me sentí bien, estoy en una ciudad de acá de la frontera por lo de mis hijos, me empezó a doler la cabeza, consulté con un médico, me midió la presión arterial, como usted me dijo que le informara como me sentía le hablo porque me encontraron 140/90 de presión arterial, la anoté como usted me recomendó, y me dicen que debo volver a tomar los medicamentos, que está alta y que esa es la causa de mi dolor de cabeza. ¿Se acuerda de mí?.

__Perfectamente.__Respondí.__Aquí tengo su expediente. A propósito, ¿Ya encontró a su hijo extraviado?.__ Pregunté.

__No doctor….todavía no__ Contestó la paciente, con una voz entrecortada, angustiada y llorosa.

__No se preocupe__ le dije, tratando de calmarla.__ Creo que su dolor de cabeza es por la preocupación de su hijo. Esa cifra de 140/90 de presión arterial es completamente normal. No coincido con la apreciación del médico que consultó y soy de la opinión que no debe tomar el medicamento para la presión sino el relajante que le recomendé. Las cifras de la presión arterial en una persona sana y con estrés emocional como el que usted padece puede provocar variaciones leves en las cifras de presión arterial que no tienen importancia, la presión de un sujeto sano o enfermo nunca es fija, tiene variaciones durante el día desde 90/60 cuando está dormido hasta l50/110, durante un período agudo de preocupación, como ve, sus cifras que le mencionaron no rebasa los límites normales. ¿Su médico le preguntó si tiene preocupaciones?__ Pregunté para saber si el colega investigó la causa del dolor de cabeza.

__No doctor. Solo le dije que me dolía la cabeza, me midió la presión y me dijo que esa era la causa de mi dolor.

__¿Y usted confía en esa forma de consultar?.__ Cuestioné.

__No doctor, por eso le habló desde tan lejos para que me oriente que debo hacer. Voy a hacer lo que usted me diga.

Reafirmé la recomendación de volver a ingerir el relajante. Probablemente en cuanto tenga noticias de su hijo extraviado su dolor de cabeza se controlara sin necesidad de medicamentos. Ella lo sabe. Mejor que cualquiera de los lectores.

Probablemente no haya nada más desgarrador en la vida, ante la mínima posibilidad de perder a un hijo. Para los pacientes a los que les ha sucedido esta tragedia, se les hace como un sueño del cual algún día, tienen la esperanza de despertar y encontrase con sus hijos ausentes. Mientras tanto, el sufrimiento emocional puede convertirse en sufrimiento físico que los hace acudir con los profesionales de la salud, que en ocasiones son insensibles al sufrimiento humano y omiten este fenómeno como causal de las molestias que afligen a los enfermos.