Anasarca mortal.

Llegó al consultorio en silla de ruedas. Pálido, hinchado de todo el cuerpo (anasarca), con la cara abotagada, somnoliento, con la cabeza caída hacia un lado. Diabetes de muchos años con posible daño renal severo y retención grave de líquidos. Pensó Kiskesabe de primera intención (ojo clínico), mientras tomaba los signos vitales. Traía unos estudios de sangre: urea 167 (normal 50) creatinina 13 (normal 1.2). Esas cifras, con anasarca, confirmaban la impresión de insuficiencia renal avanzada y grave. La diabetes de más de 25 años estaba controlada sin medicamentos, lo que sugiere un daño renal de larga evolución (crónico) y muy grave.

Sus signos vitales eran normales y reportaban escasa orina diaria a pesar de recibir furosemida de 40 miligramos (diurético), cuatro tabletas al día.

Era el recomendado del paciente con anasarca e insuficiencia renal, comentado en entrega previa (Dializar o no dializar), al que le propusieron diálisis y que con una dosis de dos tabletas de miccil (potente diurético), se salvó sin diálisis, a pesar de que lo atendió Kiskesabe.

Por la retención grave de líquidos, a este paciente también se le complicaba la respiración por la congestión de líquido en pulmones y corazón.

Este caso pinta más grave que el anterior y parece que no va a responder a los diuréticos. Pensó Kiskesabe en alguno de sus escasos momentos de lucidez, esperando equivocarse en cuanto al pronóstico.

Explicó a los familiares las posibilidades diagnósticas y el posible mal pronóstico. Propuso iniciar tratamiento diurético con dos tabletas cada 6 horas de miccil (bumetanida), el más potente de los diuréticos y aclaró que la cantidad de orina en 24 horas sería la guía principal de la capacidad de respuesta. Si con esa dosis, la orina en 24 horas era menor de un litro, significaría que esos riñones están muy dañados. Si orinaba más de dos litros, habría posibilidades de alguna recuperación.

A las 24 horas informaron a Kiskesabe: Doc Kiske, orinó 400 mililitros en 24 horas, nada más. Mal augurio pensó Kiskesabe. Aumente las tabletas de bumetanida (miccil) a tres tabletas cada 4 horas. Recomendó.

Una tableta de ese diurético a una persona con riñones normales, orinaría un litro o más en una hora.

Nada, Doctor, la orina no ha pasado de 600 mililitros cada 24 horas en dos días con tres tabletas cada 4 horas. Informaron los familiares tres días después, revalorando nuevamente al enfermo. Clínicamente el enfermo estaba igual de hinchado, pero ahora con la presión baja de 90/50, somnoliento, efecto nocivo del diurético acumulado en su sangre al no eliminarse por los riñones dañados.

No hay respuesta, Informó Kiskesabe. Necesita hospitalizarse, intentar forzar la orina con el mismo diurético por la vena y otros medicamentos con el fin de evitar o retrasar la diálisis o dializar si no responde. Prepárense para lo inevitable, hay pocas posibilidades de recuperación aún con la diálisis.

No tenemos dinero Doctor Kiske, y ha de ser muy costoso. Mi padre no quiere dializarse.

No lo obliguen, explíquenle que sus riñones están muy dañados, que la diálisis no cura, solo calma algunas molestias y que tiene algunos riesgos serios e incomodidades. Ya decidirá él, previa explicación. Conviene buscar una institución para ser atendido. El costo privado es muy elevado. Reafirmó Kiskesabe a sus familiares a quienes explicó la cruda realidad. Espero equivocarme, pero sus condiciones son ya muy precarias. Remató.

Kiskesabe le perdió la pista al enfermo, pero una semana después se comunicó por teléfono con su familia.

Y he aquí un breve vía crucis propio de la injusticia social en la aplicación del derecho a la salud.

Recurrió a un hospital de asistencia pública a la que tiene derecho social y “oportunidad” de acudir. Congestionado de trabajo, después de varias horas de espera, decepcionados, sin ser atendidos, se trasladaron a un estado vecino en cuyo hospital si lo atendieron y hospitalizado, dos días después le informaron que no contaban con los recursos para dializarlo. Satisfechos con la atención, hicieron trámites para ser atendidos en otro hospital del sector salud, lo lograron y lo trasladaron a ese nuevo hospital. Después de muchas horas de esperar sin recibir atención en ese nosocomio, desesperados y frustrados, regresaron al hospital donde si los habían tomado en cuenta. Lo siguieron atendiendo pero falleció, tal como pronosticó Kiskesabe.

No sentían tanta rabia por el fallecimiento; ya estaban concientes y preparados para ese desenlace previsto por Kiskesabe, estaban furiosos por la injusticia de no haber sido atendidos en dos hospitales de asistencia pública, considerados como de “alta tecnología y especialización”.

La diálisis podría haber prolongado la vida unos meses más, aunque también podría fallecer durante el inicio y proceso del procedimiento de diálisis. Ese no es el meollo del asunto, sino el no haber tenido la oportunidad de realizar la diálisis. Estos casos se consideran como negligencia social, yatrogenia social, mas que médica. En estos casos, el médico es víctima, pero se convierte en victimario.

El sistema es inequitativo al saturarse de derechohabientes, sin planificar y administrar los recursos humanos con justicia social, justicia que debe ser uno de los objetivos de una buena calidad de la atención médica.