Medicalización de la vida 3.

Si bien los medios de comunicación, la sociedad, las instituciones de salud y la industria farmacéutica juegan un papel importante en el fenómeno de la medicalización de la vida (consumismo en medicina), finalmente son los profesionales de la salud: los médicos, los principales responsables directos de este fenómeno. Los médicos son los que toman las decisiones de prescribir fármacos y solicitar estudios complementarios indiscriminadamente. Cuentan con la capacidad y el poder de influir y sugestionar a las personas de cuáles son los estudios y medicamentos que necesitan, según los supuestos diagnósticos de enfermedad.

     Son los médicos quienes llevan a cabo el proceso de medicalización, de convertir, por ejemplo, el agotamiento de una jornada laboral, en una enfermedad grave y mortal y de esa forma justificar la medicación superflua.

     ¿Por qué los médicos? Por varias razones.

     Porque se ha perdido el enfoque sistémico del estudio de un enfermo. Se hace a un lado lo social y emocional y la atención médica se enfoca a lo que reporte el laboratorio, el ultrasonido o la tomografía, sin interrogar ni explorar al enfermo. Hay personas a las que por mareo leve y ocasional, o dolor de cuello, causado por estados de ansiedad, les prescriben medicamento para el colesterol alto, aun con resultado de colesterol en el laboratorio completamente normal. Obvio, el médico ignora la causa del mareo y prescribe al “ahí se va”, a ver que sale. Por supuesto, la molestia sigue y aumenta la ansiedad y la noción de estar gravemente enfermo, siendo un “no enfermo”.

     Por otro lado, la fragmentación de la atención médica es otro factor que propicia la medicalización. Las personas con síntomas triviales terminan siendo atendidas por diversos especialistas: el gastroenterólogo, el cardiólogo, el “uñólogo”, el especialista en hígado o el especialista en el riñón derecho. Resultado: “fajos” de resultados de estudios de laboratorio repetidos una y otra vez, diez medicamentos al día, varios de ellos con la misma sustancia activa; intoxicaciones farmacológicas al por mayor y no detectadas, empeoramiento de los síntomas, fajos de billetes gastados y tarjetas de crédito sobregiradas.

     En las instituciones públicas, se convierte en un verdadero problema, no reconocido: miles de pacientes acuden a consulta por molestias leves e inespecíficas sin encontrar solución por lo que se ven en la necesidad de acudir tres o cuatro veces al mes, sobrecargando la consulta, derrochando tiempo y recursos humanos y económicos superfluamente. En consultas burocráticas de diez minutos por persona, no se pueden aclarar y resolver los problemas existenciales de los “no enfermos”. La consulta burocrática hace que los médicos soliciten estudios, receten calmantes de molestias, y deriven los pacientes a otros especialistas. Una atención así, es incierta y no resolutiva. El médico es incapaz de discernir entre el “no enfermo” y el enfermo real.

     Lo anterior conduce a la medicina defensiva. La incertidumbre del médico provoca temor a quejas o denuncias, lo que lo vuelve más vulnerable para repetir estudios de laboratorio o de gabinete previamente normales, “por si acaso”, empeorando así la medicalización.

     Un verdadero enfermo diabético por ejemplo, bien controlado y orientado, cuando mucho acudiría a consulta médica unas dos veces por año. ¿Por qué esos diabéticos acuden a consulta unas 52 veces al año sin lograr ni siquiera un buen control de su azúcar? A la mayoría de ellos los han “enfermado” de la presión alta, del colesterol, de osteoporosis, del corazón, de los riñones o de la próstata, el miedo que les producen estas “no enfermedades” impide un buen control del azúcar y facilita la medicalización: ingerir no menos de diez medicamentos diferentes al día, con sus efectos nocivos.

     Lo anterior, Kiskesabe lo observa todos los días: pacientes con efectos colaterales de muchos medicamentos, principalmente cardiovasculares, a los cuales les propone disminuir las dosis o eliminarlos. Algunos de ellos, aterrorizados, se resisten a disminuir las dosis o eliminar algunos fármacos, les han dicho que si no toman los medicamentos para la presión o para el colesterol, en cualquier momento caen muertos. Esto no es cierto. Si así fuese, Kiskesabe ya habría cerrado su consultorio o emprendería un negocio de pompas fúnebres junto a su consultorio.

     La medicalización conduce al increíble y paradójico fenómeno siguiente: miles de personas sanas, con molestias leves y triviales, acuden a consulta con miedo a estar gravemente enfermos y a tener que tomar medicamentos. Días, meses o años después de estar tomando medicamentos para enfermedades inexistentes como las mencionadas y presentando síntomas por exceso de fármacos, paradójicamente tienen miedo a dejar de tomar esos medicamentos que les están causando más daños que beneficios.

     Este es el fenómeno del mundo al revés, descrito por Eduardo Galeano, crítico periodista y ensayista uruguayo. Por cierto, Uruguay y Costa Rica están considerados como las Suizas de América, por su magnífica, aunque no perfecta, calidad de vida social. Kiskesabe reflexiona: parece que los enfermos están sufriendo el fenómeno de “la medicina al revés”.

     No le crean a Kiskesabe. Son los enfermos los que tienen la voz.