El hipocondríaco: ¿Un filón de oro?

Una paciente de las 4 décadas se presentó a consulta con dolor de más de cuatro años de evolución, localizado en área precordial izquierda, de intensidad variable, generalmente leve, aparece y desaparece en forma espontánea o con medicamentos calmantes del dolor o antirreumáticos, vitaminas, pomadas o emplastos, lo describe de diferentes formas no muy claras ya que dice que le aprieta, adormecimiento o entumecimiento, como algo que se le estira por dentro, a veces le aumenta con el movimiento del brazo o siente que le aumenta al tocar el sitio del dolor. En ocasiones lo ubica en la mama o por dentro del tórax, teme que sea el corazón, cáncer de mama, los pulmones o los huesos. Constantemente se está palpando los senos y el tórax y las axilas buscándose bolas a pesar de que varios médicos que ha consultado le han dicho que no tiene datos de cáncer en ninguno de esos órganos pues le han efectuado interminables estudios de laboratorio y gabinete: de sangre, orina, radiografías de los pulmones, huesos, electrocardiogramas, mamografía para cáncer de mama, Papanicolau vaginal para detección de cáncer de matriz. Algunos han sido repetidos a insistencia de la paciente ya que duda de la exactitud en su ejecución. Constantemente, en forma obsesiva, esta pensando en que puede tener alguna enfermedad grave que ningún médico ha sido capaz de encontrar por lo que considera que todos los médicos son incompetentes y que por culpa de ellos se morirá en cualquier momento. Cuando oye pláticas de otros enfermos en sus reuniones sociales, al llegar a su hogar empieza a recordar los síntomas de los demás enfermos y teme padecer de lo mismo que escuchó.

Se revisó su caso clínico. Incuestionablemente, no se encontraron datos clínicos, laboratorio o gabinete que mostraran alguna alteración física de corazón, pulmones, riñones, hígado, glándulas mamarias, matriz u ovarios que explicara sus sintomatología que tanto le preocupaba. Así se le hizo ver, pero de ninguna manera se negó su enfermedad, por el contrario, se enfatizó que si estaba enferma, pero no de los órganos que ella sospechaba, sino del sistema nervioso

Sin embargo lo anterior debía tener alguna explicación más concisa. Había que encontrarla. No estaba en los estudios de laboratorio ni de gabinete sino en gran parte en su vida familiar, personal, social, psicológica y cultural.

La acompañaban su esposo y una hija.

Durante la descripción de su enfermedad llamó la atención que la paciente denotó una preocupación exagerada en relación a la intensidad de su dolencia la cual no le impedía ni efectuar sus actividades hogareñas, ni con su trabajo de oficinista y mucho menos en sus actividades sociales las cuales eran variadas pues pertenecía a diversas agrupaciones de ese tipo de acciones. Tampoco le impedía dormir satisfactoriamente. Es decir no interfería con su calidad de vida física. Su interferencia era psicológica ya que a pesar de todas las actividades que desempeñaba siempre tenía presente sus preocupaciones por su salud dondequiera que se encontrara y se lo exponía a tantas personas como las que trataba diariamente.

También fue notable la expresión de aburrimiento, de desesperanza, de franco cansancio del esposo y de la hija, durante la descripción que la enferma hacia de sus dolencias y sus preocupaciones, permaneciendo completamente callados y en momentos sintiéndose como apenados, no por la supuesta enfermedad física de la enferma sino por la forma de vivir su enfermedad que probablemente estaba interfiriendo con su vida familiar.

De todas estas observaciones clínicas hice partícipe tanto a la paciente como a sus acompañantes y la conclusión a la que llegué es que se trataba de un caso de ENFERMEDAD HIPOCONDRIACA, cuya característica esencial es la creencia de padecer una enfermedad grave que persiste pese a las explicaciones médicas y a la adecuada exploración física. Los hipocondríacos tienen antecedentes de malas relaciones con los médicos, surgidas de su convencimiento de que han sido explorados y tratados de forma incorrecta e insuficiente.

Hice mucho hincapié en que me informara con toda sinceridad y confianza si tenía algún problema familiar con su hijos, sus esposo o laboral, sin que necesariamente me explicara en que consistía su conflicto, sino que me contestara lacónicamente si o no. La respuesta fue SI.

La ansiedad y depresión asociadas a la hipocondría, hacen que el paciente dirija toda su atención hacia las mínimas sensaciones corporales como dolores leves, comezón, entumecimientos, ruidos y hasta los movimientos normales de los órganos internos como el intestino, aumentando desmesuradamente su significado y conducirlos a repetidas peticiones de consultas y peticiones de cuidados médicos y consejos. Lo que el hipocondríaco hace involuntariamente es llamar la atención hacia una enfermedad física inexistente. El supuesto malestar corporal es una máscara para huir de sus problemas personales a los cuales muchas veces se les retarda la solución por la inseguridad, pasividad, sensación de incompetencia, de fracasado, de minusvalía, baja autoestima o sentimientos de culpa, datos estos que encajan en los estados depresivos.

Los hipocondríacos, inconscientemente utilizan su enfermedad para manipular o para vengarse de afrentas personales, para castigar sin ser castigados o evitar posibles amenazas como críticas o abandono de sus seres queridos, exhibiendo a cada momento que son infelices, que sufren. Estas actitudes reflejan una gran inseguridad. Las quejas físicas tienen una función protectora ante la pérdida de autoestima.

Los hipocondríacos peregrinan de consultorio en consultorio, manipulando y “comprando médicos” con la esperanza y el temor a que se les encuentre el origen de la enfermedad. Así, se convierten en un filón de oro, sobre todo si tienen suficientes recursos económicos y caen con médicos cuya misión principal es lucrar. En ocasiones el mejor médico para estos enfermos e incluso para sus familiares, es el que les sigue la corriente, los engaña aprovechando su ingenuidad, por algún tiempo, pues tarde o temprano cambia de médico, nadie los satisface. Estos pacientes terminan relacionándose muy mal con los médicos.

Definitivamente debemos ser concientes de que no es fruto del capricho, sino de problemas más serios que van más allá de solucionar con una receta farmacológica, que ayuda en algunas molestias físicas sin transformar toda la historia psicológica y social que rodea a los sujetos con esta enfermedad.

Le perdí la huella, seguramente pasé a su grupo médico de ineptos. Al menos cumplí con ser honesto.

Es posible que en estos casos clínicos nuestra falla principal como médicos sea una deficiente técnica de comunicación durante la relación médico paciente.