Dilema médico: atender parientes y amigos.

Posiblemente una de las situaciones más complejas para un médico es cuando sus parientes o amigos entrañables solicitan sus servicios profesionales. Si plantean alguna enfermedad común, como un catarro no complicado o una diarrea aguda sin deshidratación, no hay problema, ya que en un 95% de posibilidades, estos casos se resuelven solos con o sin tratamiento correcto.

En ocasiones los amigos o familiares que no forman parte de la propia célula familiar del médico, solicitan su servicio u opinión en las reuniones de familia, bodas, bautizos o cumpleaños, en el pasillo de algún edificio e incluyo en plena vía pública. Con frecuencia consultan por padecimientos digestivos como dolor abdominal, agruras, o trastornos en las evacuaciones con una cerveza en la mano, un plato de mole o barbacoa enchilada. Igual puede suceder con los amigos, vecinos o compañeros de trabajo, los cuales «consultan» en los pasillos de los hospitales, en la calle, en el semáforo, en la tienda de autoservicio o a la salida del estacionamiento del hogar o del trabajo.

Esto lo hacen por la confianza que existe, sin tomar en cuenta el gran compromiso al que exponen a su médico amigo o pariente, quien para evitar ser tachado de grosero, desinteresado u «ojete», termina por recetar lo primero que se le viene a la mente, generalmente analgésicos, anotados en una servilleta, en la mano o en la mala memoria de quien consulta en esas incómodas circunstancias para ambos, en las que ni el médico ni el paciente pueden actuar como tales ya que no es posible realizar un minucioso interrogatorio y exploración física para un diagnóstico certero y confiable. Imagínese al médico solicitando al paciente que se quite la ropa para explorarlo del abdomen por ejemplo, en plena calle o en una tumultuosa reunión familiar.

Ejemplos hay de enfermos que han consultado a sus médicos vecinos al salir de su casa y que no han obtenido el resultado deseado para posteriormente exhibir a tal galeno de incompetente, sin tomar en cuenta las condiciones en que recibió la atención médica. Este es precisamente el mayor riesgo, caer en el juego cómodo para el enfermo de atender a los familiares y amigos accidentalmente, con lo cual se deteriora la imagen profesional y personal que puede alterar las relaciones familiares y amistosas. Tan responsable es el pariente o amigo, como el médico que por evitar el «que dirán», precipitadamente prescribe medicamentos sin un estudio cuidadoso del caso.

Algunos amigos y parientes tienen la idea de que el médico debe ser infalible y perfecto en sus apreciaciones y de cumplir a sus exigencias en el momento en que ellos lo solicitan, es decir, le imponen condiciones y la obligación de cumplir por tratarse de ellos. Si las acciones médicas se cumplen en el momento en que se demandan y son exitosas, el médico es «una eminencia y un cuatazo, a todas margaritas». Por el contrario, de no cumplir a las exigencias en ese momento, se convierte en lo peor: «sangrón, apretado, creído y ojéis».

Gajes del oficio. Algunos parientes lo hacen por ahorrarse la consulta, otros por comodidad, sin acudir al consultorio. Piensan que existe mucha confianza como para que el médico resuelva su problema en los lugares más inoportunos para una consulta. En ocasiones, esos enfermos ya han consultado a otros médicos, pero cuando se encuentran con su pariente o amigo médico, aprovechan el momento para tratar de resolver su problema.

De ahí la importancia para el médico de tomar una decisión firme y objetiva para advertir que las condiciones negativas en que solicitan sus servicios profesionales no son adecuadas para resolver satisfactoriamente un problema. Es decir, el médico debe asumir la responsabilidad como tal y hacerle ver a su amigo o familiar que debe tratar su asunto en las mejores condiciones posibles, en el consultorio o en su domicilio pero con todo profesionalismo. La mayoría de los familiares lo entienden, algunos no, y el médico puede salir muy mal parado en cuanto a su imagen para con ese familiar.

Sin embargo, de tratarse de una enfermedad con un mayor grado de dificultad tanto por su evolución, como por su gravedad, las consecuencias pueden ser distintas y mucho más incómodas.

Efectuar operaciones a los parientes directos o amigos puede llevar a posiciones muy embarazosas para ambas partes, sobre todo si la cirugía se complica aun con todas las previsiones posibles tomadas por el médico. El amigo o el hermano siempre esperan de su amigo médico la perfección en todas sus acciones quirúrgicas y ante la menor complicación, probablemente aquella amistad y afecto que los unía se rompa bruscamente, llegando a atribuir al médico responsabilidad hasta de complicaciones que en muchos enfermos se presentan independientemente de la alta calidad de los cuidados recibidos tanto por el médico como por las enfermeras y otros cuidadores de la salud.

Complicada es la situación de informar a un pariente o amigo que padece una enfermedad incurable y mortal como un cáncer avanzado para el cual no hay posibilidades de tratamiento alguno que prolongue su vida principalmente con calidad.

Hay casos en los que un médico ha resuelto exitosamente múltiples problemas a diversos miembros de su propia familia o de sus amistades, basta el menor resquicio de una posible falla con o sin responsabilidad para ese médico, para que las relaciones familiares o amistosas se deterioren. Cuando se es exitoso al médico se le considera como una eminencia, un dios o un ser superdotado, perfecto e infalible, si el médico lo cree y despega los pies de la tierra, puede sufrir un aterrizaje forzoso y traumático, ya que puede darse la situación de que al primer fracaso, pase a ser el peor de los médicos, el más irresponsable y el más imperfecto. Punto de vista ante el cual debe estar preparado para no sufrir traumas psicológicos que lo conviertan en un médico frustrado.

Todo profesionista debe estar presto para estas eventualidades, sobre todo el médico que trabaja en el cuerpo humano de seres que gozan y sufren, que tienen aspiraciones, sueños e ilusiones que algunas ocasiones se ven truncadas por sus acciones.

Si bien es cierto que en ocasiones se toman decisiones quirúrgicas con fines comerciales, es poco probable que dichas acciones lleven el fin de causar daño directo a los pacientes. A pesar de lo anterior, en ocasiones en las mentes confusas de los parientes o amigos, por la frustración y desesperación que provoca la perdida de un ser querido, pueden surgir ideas punitivas hacia el médico con señalamientos directos de responsabilidad profesional ante el frustrado tratamiento de algún paciente, lo que coloca al médico entre la espada y la pared. Es en estas condiciones donde al médico se le exige actuar con todo profesionalismo, dar la cara, enfrentar al toro por los cuernos como se maneja en ambientes taurinos, exponerse a fuertes cornadas, hirientes críticas o salir adelante y libre de mancha alguna. La otra alternativa es salir por la puerta trasera, la de escape, diseñada para este fin tanto en las casas habitación como en los sanatorios.

Cada médico actuará de acuerdo con sus principios y sus propios sentimientos de culpa o de dignidad profesional, he aquí el dilema principal del quehacer médico, profesión aparentemente fácil, que encierra un alto grado de complejidad, de sinsabores o satisfacciones cuando los familiares, amigos entrañables o cualquier otro semejante solicitan sus servicios profesionales.