Crisis de pánico.
Un día un enfermo sumamente desesperado, en cuanto abrí la puerta de mi consultorio, irrumpió bruscamente y sin el menor gesto de cortesía ni preguntar si yo era el médico o presentarse como paciente se sentó frente a mí escritorio y palabras más, palabras menos me soltó la siguiente arenga:
—“¡Ire Doctor!. Siento como que algo me baja de la cabeza a la espalda. Ire, luego me da miedo y me dan ganas de arrancar a correr. Luego como que se me corta el resuello, ire. Por las noches a veces me despierto por pesadillas bien feas, sueño que me andan persiguiendo y que me quieren matar. Y luego, ire, se me enchina el cuero y me da por sudar. Luego siento miedo a salir de la casa porque pienso que me pueden hacer daño. Ya no puedo ir a trabajar porque también creo que mis compañeros me van a hacer algún daño. Y luego, ire, eso que me baja de la cabeza a la espalda, como si me escurriera algo. A veces siento que algo me sube por el brazo derecho hasta la garganta y siento como si tuviera un globo atorado que me impide el resuello y siento que se me acaba la respiración. Ya no me dan ganas de trabajar. Me gusta el fútbol y ni eso se me antoja. Ni si quiera se me antoja ocupar a mi mujer. No me va a creer, Doctor, ire, aquí le traigo todos los estudios que me han hecho. Ire, ya me gasté como treinta mil pesos, no le miento. Me hicieron estudios de sangre, del hígado, del sida. Ire, hasta para epilepsia me hicieron un encacalograma…..”
Se refería a un electroencefalograma, para diagnosticar epilepsia. Tenía 10 minutos en que no dejaba de hablar y repitiendo varias veces la misma sintomatología pidiéndome que mirara lo que siente (ire) sin saber que los síntomas subjetivos no se pueden mirar, continuó:
“—-Ire, Doctor, siento feo cuando se me corta el resuello. En veces me dan ganas de correr, de huir. ¡Siento mucho miedo a no sé qué!. Siento que se me acelera el corazón. Luego sudo aunque haga frío. Me mareo y siento como desmayo, pero no me desmayo. Ire, tengo miedo a volverme loco o a que me dé una embolia en el cerebro porque se me entume la mano derecha, se me adormece, como si me chorreara algo. Ya he gastado mucho dinero y no sé que hacer. Consulté unos curanderos, me dijeron que estaba embrujado, que alguien me quería hacer daño. Me cobraron, les pagué. Me aseguraron que no me preocupara que ellos me iban a neutralizar de mi mal, que me fuera a la casa y que esperara el efecto de lo que ellos iban a hacer.. Que tuviera fe.. Se las tuve, pero me siento igual. Ya estoy muy gastado. Pedí dinero prestado y estoy bien endrogado……”
Al fin lo interrumpí. En su descripción verbal con múltiples síntomas inespecíficos y subjetivos, se sospechó que su problema era un mal funcionamiento del sistema nervioso, puesto que las molestias que refería no especificaban algún otro aparato enfermo en especial: pulmones, corazón, digestivo, etc. La angustia y desesperación que reflejaba su rostro no mostraba dolor físico alguno. El torrente de palabras sin hilación en ocasiones confirmaba la gran ansiedad. El tono desesperado de voz también era muy sugestivo. Los movimientos expresivos con las manos, su inquietud y la movilidad en el asiento y el hecho de que por momentos se paraba para dar más énfasis a sus palabras con gestos, señas y con mímicas, evidenciaban un lenguaje cifrado más elocuente que sus palabras. Todo lo anterior sugería que su problema era una mezcla de síntomas de ANSIEDAD, DEPRESIÓN NERVIOSA, CRISIS DE PANICO Y RASGOS DE PSICONEUROSIS.
Se dirigió el interrogatorio y la exploración física. No se encontraron datos de enfermedad física anatómica o estructural de órgano alguno. Efectivamente los estudios de sangre, de hígado, pulmones, (radiografía) ultrasonido de abdomen, estudios de cerebro (electroencefalograma, radiografías de cráneo, tomografía axial computarizada y hasta una resonancia magnética), todos eran normales o negativos. Médico y paciente debíamos encontrar una explicación, una causa razonable para sus síntomas que no fue posible medir ni demostrar en los estudios mencionados.
Parece que lo logramos. Encontramos el esclarecimiento parcialmente en su vida social: se había regresado de la frontera. Trabajaba en una maquiladora de tejidos con jornadas extenuantes de 16 horas diarias de lunes a domingo. Aparentemente ganaba bien, pero no le alcanzaba para atender a un hijo enfermo de leucemia. No tenía acceso a la seguridad social. Sabía que su hijo moriría en cualquier momento. Estaba desesperado por no poder hacer más por su hijo. Su rendimiento en el trabajo mermó notablemente y lo despidieron…… estaba desempleado… más otra serie de detalles de su pasado familiar con múltiples traumas psicológicos, desencadenaron el mal funcionamiento de su sistema nervioso que se expresaba en su sintomatología variopinta o variante.
Obviamente, ningún estudio de gabinete por mas actualizado y avanzado tecnológicamente, podría mostrarnos lo que este hombre sufría. El sufrimiento humano no se puede demostrar o medir por una tomografía computarizada, una radiografía, ultrasonido o un estudio de sangre. Es la observación psicológica del terapeuta, la comunicación humana la que puede descifrar lo que el hombre sufre. La atención del médico hacia el enfermo como ser humano es lo que permite intuir el sufrimiento de los pacientes.
La orientación y educación proporcionada, parece que tranquilizó al paciente, su voz bajo de tono, sus expresiones corporales de ansiedad disminuyeron notablemente, su compañera le reafirmó que su mal “era nervios”, que se calmara que todo se iba a solucionar…..
Y tiene razón, de alguna forma se solucionará……. No con farmacia, sino con decisiones.