Recetar al enfermo o al laboratorio.
Una campirana mujer, de 70 años y pico, trabajadora del hogar, de sol a sol, consultó por dolores musculares en diversas partes del cuerpo: cabeza, cuello, espalda, brazos, cintura, piernas. También mencionó calambres predominantemente en las tardes después de su jornada. Ella decía que se sentía acalenturada pero no certificó la temperatura. Se quejaba además de decaimiento generalizado, tristeza y llanto fácil por cualquier recuerdo de sus familiares ya muertos.
Consultó a un médico, le solicitaron unos estudios de laboratorio y por reacciones febriles positivas de 1:160, la etiquetaron como enferma de fiebre tifoidea. Tanto la paciente como sus parientes informaron que no le midieron la temperatura, tampoco le recomendaron que se comprara un termómetro para usarlo en su domicilio. El diagnóstico y el tratamiento se fundamentaron casi exclusivamente en las cifras de laboratorio, y nada más.
Le indicaron dos antibióticos en la misma receta, además, calmantes de los dolores y la ¿fiebre?. No hubo respuesta alguna, su sintomatología seguía igual.
Nunca certificó fiebre, sin embargo, le dijeron que padecía fiebre tifoidea. Recetaron al laboratorio, no al paciente.
En realidad a los 70 años tenía fatiga crónica secundaria a sus severas jornadas laborales para esa edad, además, tenía depresión nerviosa o melancolía senil. Esas eran las causas de sus quejas corporales y psicosomáticas. Mejoró con reposo relativo, un antidepresivo a dosis mínima y calmantes del dolor. Nunca hubo fiebre, no padecía fiebre tifoidea.
La fiebre tifoidea es causada por una bacteria que se llama salmonella, de la cual existen diversas cepas, la más frecuente es la salmonella typhi. La salmonella prototipo fue descrita erróneamente por Theobald Smith en 1894 como la causa de la peste porcina viral, recibió su denominación en honor al supervisor de Smith, el Dr. Daniel Salmon.
Clásicamente, la fiebre tifoidea muestra un incremento de la temperatura hasta de 40 a 41 grados acompañada de dolor de cabeza (cefalea), malestar general y escalofríos. La característica esencial de la fiebre tifoidea es la fiebre persistente, cuya duración puede ser de 4 a 8 semanas en los casos no tratados.
Así, no parece razonable informarle a un paciente que padece fiebre tifoidea tan solo porque el enfermo dice que se siente “acalenturado”, sin haber certificado la temperatura con un simple termómetro, ni por el propio enfermo o sus familiares y lo más inconcebible, que el médico no la documente y que aún así, indique antibióticos, por demás injustificados.
Además, debemos entender que no existen datos de laboratorio prácticos, sencillos, específicos y exactos para confirmar esta enfermedad. Las reacciones febriles no son confiables puesto que pueden ser positivas en muchas personas que no padecen la enfermedad (falsas positivas), es decir para que una prueba sea confiable debe resultar positiva en la gran mayoría de los pacientes que si tienen la enfermedad y negativa en casi todos los que no la padecen. Las reacciones febriles no cumplen con estas pautas, luego entonces, son poco confiables y no deben ser la base primordial para decidir el tratamiento.
Los cultivos de sangre (hemocultivo) o de muestra de médula ósea tomada del esternón o de la cadera, permiten aislar la bacteria causal de la fiebre tifoidea (salmonela typhi), en un 90 a 95% de los casos, el resultado de estos estudios es muy lento, lo reportan dos o tres semanas después, cuando el paciente o esta curado o esta muerto por las complicaciones graves, aunque raras, que puede presentar esta enfermedad. Por esta razón es poco práctica su realización ya que tanto para la seguridad del paciente, como para el prestigio del médico, debe tomarse la decisión de indicar tratamiento tan solo en el mejor estudio para todas las enfermedades, el interrogatorio y exploración concienzuda y “copeteada” del enfermo y la exploración armada con un simple termómetro clínico, al alcance de todas las familias, y de todos los médicos.
Se hace hincapié en que el signo principal de la enfermedad es la fiebre, generalmente de 40 grados. En la práctica cotidiana, existen infinidad de casos de enfermos tratados como fiebre tifoidea, tan solo por el reporte de reacciones febriles positivas, sin certificar la fiebre, esto puede conducir a errores, cuyo costo económico, psicológico y en ocasiones físico, pasa a la cuenta del paciente.
También es común, que los mismos pacientes se auto receten comprando antibióticos para fiebre tifoidea por un simple dolor de cabeza, sin fiebre. De hecho, esta táctica la utilizan algunos médicos, quienes siguen esta misma regla, a todas luces irracional.
Pero, aún cuando se confirme que el enfermo padece de fiebre, esta no es exclusiva de la salmonelosis o fiebre tifoidea, por lo que la experiencia y la competencia profesional del médico le deben permitir diferenciar a la fiebre tifoidea de otras enfermedades que también causan fiebre prolongada como infecciones crónicas de vías urinarias (pielonefritis), paludismo, tuberculosis, brucelosis, e infinidad de otras infecciones, debiendo recordar que existen enfermedades no infecciosas que también causan calentura como el linfoma o la leucemia (cáncer en las células de la sangre) entre otras.
La fiebre de varias semanas de evolución es un verdadero dilema diagnóstico para el médico, cuya imagen puede salir mal parada si fracasa en establecer la causa para indicar un tratamiento efectivo. En otras ocasiones, le puede permitir lucirse y quedar ante el paciente como una eminencia, lo máximo, casi un dios. El problema es que el doctor se crea un dios. Pobres de sus enfermos.