Comunicación humanista: un reto.
Uno de los problemas más complejos para el médico es la comunicación adecuada del diagnóstico, pronóstico, tratamiento y complicaciones de las enfermedades más frecuentes que aquejan a los pacientes como la diabetes, la hipertensión arterial, las enfermedades del corazón, el cáncer, la cirrosis o la neurosis. En las escuelas de medicina y en los hospitales de enseñanza médica no se imparte entrenamiento para cultivar la relación médico paciente.
De hecho, en la época actual esta comunicación está mucho más restringida ya que las generaciones actuales de médicos se forman con abrumadoras cargas de trabajo y de tecnología de punta de tal manera que muchos cirujanos por ejemplo, operan coronarias, extirpan vesículas, sin conocer al paciente como persona y en muchas ocasiones toman decisiones tan solo con los resultados de los estudios ultrasonográficos o las coronario-grafías sin ni siquiera saber el nombre de la persona a la cual ven por primera vez cuando está bajo el efecto de la anestesia, bien dormida, sin la menor comunicación humana.
Por otra parte, los médicos clínicos como los generales, internistas, cardiólogos o ginecólogos, supuestamente los que deben tener mayor comunicación con el paciente, también pueden actuar con deficiente información tanto por factores burocráticos como actitudes personales de desinterés en esta crucial fase de la atención médica.
Múltiples quejas se escuchan de los pacientes evocando el despotismo con que son tratados, la indiferencia con la que los médicos prescriben medicamentos para la fiebre o para infección de garganta sin haber aplicado el termómetro y sin que el enfermo haya abierto la boca para una exploración de amígdalas.
Un estudio de médicos internos en Australia indicó que el 64% se sentían competentes con sus habilidades clínicas en la colocación de catéteres venosos por ejemplo, pero sólo el 35% se sentía competente en las habilidades de interacción personal para comunicar malas noticias a los enfermos. Comunicación que se hace en forma que causa más ansiedad de la que tiene el enfermo, empeorando su calidad de vida psicológica.
La manera como se dan las noticias influye en la adaptación posterior del paciente. Una creencia común entre los médicos es que los pacientes no se cuidan porque no están suficientemente asustados. De hecho, algunos parientes de los enfermos, se comunican con el médico para sugerir al galeno que espante al paciente diciéndole mentiras, por ejemplo, que los corajes le van a provocar un infarto del corazón, que ya el tabaco le ha causado principios de cáncer o que el alcohol ya le dañó el hígado, aunque todavía no haya evidencias de estas lesiones. Los parientes no se ponen a pensar cómo queda el médico ante el enfermo, si éste descubre que fue engañado.
En ocasiones fallamos en ayudar al enfermo sin ofrecerle nuestro apoyo personal, ni los recursos con los que se cuenta para controlar su enfermedad y mantener la confianza por largo tiempo durante el cual podrá llevar una vida como la de cualquier otro individuo sano, por ejemplo, al establecer el diagnóstico inicial de diabetes. Es frecuente que, al informar a los pacientes con esta alteración del azúcar, inmediatamente la asocian a muerte prematura, complicaciones y sufrimiento interminable de acuerdo con su entorno en el que en ocasiones cuentan con familiares o conocidos diabéticos que están ciegos, amputados de una pierna o con daño renal severo.
En estas circunstancias, es harto complicado ofrecer una orientación completa que convenza al diabético de reciente inicio, de que puede llevar una buena calidad de vida durante muchos años sin esas complicaciones a las que tanto teme, tan solo con seguir las indicaciones del galeno siempre y cuando sean objetivas veraces y sobre todo justas
Lo anterior también se complica si el enfermo ya tiene información de ciertos mitos nocivos que impiden una buena relación médico paciente, como el miedo a la insulina, el pavor y rechazo que inspira la palabra dieta, la cual debiera eliminarse del léxico médico y utilizar otros términos como “alimentación balanceada”, “alimentación completa”, los cuales minimizan el temor.
La gran mayoría de los diabéticos no cumplen el tratamiento por las dietas tan prohibitivas que imponen los “expertos” en nutrición pues rompen con nuestras costumbres alimenticias de tajo, lo que psicológicamente produce depresión, rechazo, descuido e incumplimiento rompiéndose la relación médico paciente armoniosa, esencial para el éxito del cuidado de los diabéticos. No es posible privar a un diabético huasteco, de unas enchiladas con cecina, tamales, sacahuil o una estrujada con manteca de puerco sin empeorar su calidad de vida psicológica. No sucede nada grave si de vez en cuando se le permite saborear estos ricos platillos regionales propios de nuestras costumbres, de nuestra antropología social, cultural y gastronómica.
La meta principal con un diabético que apenas inicia con su enfermedad es lograr que el paciente acuda a la siguiente consulta y que vea a su médico como un apoyo para el cuidado de su padecer y no como una relación amenazante generadora de miedo y desconfianza e inseguridad. Esto es muy dificultoso de lograr por parte del médico ya que la mayoría de las veces se cae en el error de decirle al paciente que no debe comer absolutamente nada de azúcar, dulces, tortillas o pan, en lugar de hacerle ver lo que sí puede comer y permitirle ingerir esos alimentos que le agradan pero moderadamente ya que independientemente de la enfermedad, el diabético necesita cierto aporte de calorías que se le deben proporcionar en los carbohidratos y los carbohidratos mexicanísimos son las tortillas y los frijoles. Cultural y psicológicamente no debemos prohibir estrictamente estos alimentos. Es como si a los chinos se les prohíbe el arroz, el pan blanco y embutidos a los gringos o las papas a los europeos o el vodka a los rusos.
Privar de los placeres gastronómicos a los diabéticos es hacerlos nuestros enemigos y por tanto, nunca lograremos su colaboración. Ser SIMPÁTICO es caerle bien al paciente, ser cordial abierto. Para mejorar la relación humana con el enfermo, el médico debe ser además, EMPÁTICO, es decir, debe ponerse en el lugar del paciente, imaginarse que él, es un diabético para que sienta en carne propia y viva todas las prohibiciones tan estrictas que imponen los expertos investigadores de laboratorio, insensibles al fenómeno humano. Desdichadamente para los pacientes, a veces a los médicos se les hace complicado ser empáticos. ¡A duras penas les somos simpáticos!.
interesante tema doctor asi como muchos de ellos, muy acertados sus comentarios y actuales. un saludo
Gracias, tu comentario me ayuda a seguir estudiando y observando cuidadosamente a los enfermos. vale