Medicalización de la vida 5.

La ansiedad y el miedo son necesarios y sin una dosis mínima de esas percepciones, no podríamos sobrevivir a los riesgo habituales de la vida cotidiana. Los excesos son nocivos.

         El miedo en exceso es un factor mediador de la medicalización de la vida. Quien tiene miedo a enfermar, busca apoyo médico, por ejemplo, por las dolencias musculares nocturnas normales y una reacción secundaria a una penosa jornada laboral, ya por esfuerzo mental, físico o ambas, cuyo estrés produce agotamiento y contracturas de masas musculares que desaparecen a la mañana siguiente al iniciar nuevamente las actividades laborales. Si esos dolores fuesen por una enfermedad artrítica, por ejemplo, uno de los temores más frecuentes, las dolencias no desaparecerían con las actividades, sino por el contrario, empeorarían y limitarían físicamente a la persona supuestamente enferma.

         Por otra parte, el miedo personal del médico a quien se consulta por esas molestias normales, también favorece la medicalización. La incertidumbre e incompetencia profesional lo hace establecer diagnósticos graves, solicitar estudios y prescribir fármacos indiscriminadamente, obviamente sin aclarar la verdadera causa de las quejas y sin resolverlas con fármacos.

         El fenómeno psicosocial de la medicalización de la vida, hace intolerables las molestias del agotamiento laboral, de un simple catarro gripal, de un piquete de mosco, del ojo rojo por una basurilla y de otros síntomas triviales.

         Es aceptable que la persona sana pero agotada, no posea una explicación para esas dolencias y busque ayuda. Teóricamente, es el médico, quien debe encontrar una explicación razonable, si no lo hace por negligencia, establece diagnósticos y pronósticos graves. Es decir, en lugar de aliviar, enferma y prescribe una farmacia.

         La medicalización refleja en el fondo, la incompetencia profesional para establecer diagnósticos y pronósticos razonablemente exactos y así, la embarazada normal se convierte en una enferma a la que hay que realizar un ultrasonido cada ocho días, prescribir píldoras para prevenir la eclampsia o el desprendimiento prematuro de la placenta. Y cuidado con ser sano y llegar a viejo porque ya están prescribiendo estrógenos a las mujeres y testosterona a los hombres, calcio y hormonas para la osteoporosis, sedantes para el insomnio normal senil o antidepresivos para la melancolía normal de la vejez, una píldora para “despertar al Pancho” otra para evitar que suba la presión, una más para prevenir la diabetes porque la abuelita de 100 años murió del azúcar. Por allá unas gotas para la resequedad de los ojos, vitamina A para la “vista cansada”, otra pastilla para el colesterol, otra para la circulación del cerebro y una más para la circulación de las coronarias y otra para la circulación de las piernas desconociendo que con una sola píldora es suficiente para ligeramente mejorar la circulación de todo el cuerpo pues ningún fármaco es selectivo puro.

         Más de alguno de los escasos lectores, si lee esta nota, contará con un pastillero donde guarda entre diez y veinte tabletas para ingerir ese día y una cuchilla especial para fraccionar minúsculas pastillas en tercios o cuartos, y con un cronómetro en mano para verificar el horario de ingestión de cada píldora. Todo esto es una verdadera hazaña que convierte a la vida en una loca carrera para ingerir pastillas.

         Y por decreto, todos los especialistas proponen ingerir esos medicamentos por los siglos de los siglos.

         Así, la medicalización se convierte en un riesgo para la salud emocional y física de personas sanas, al distorsionar reacciones corporales normales para convertirlas en enfermedades y a los ligeramente enfermos, les amplifican su enfermedad hasta llevarlos al borde de la locura y de la tumba, o la ruina económica.

         Para prevenir este nocivo fenómeno de la medicalización, se precisa de una ética en políticas sanitarias tanto del sistema vigente, de la industria farmacéutica, de las autoridades de enseñanza de la medicina, una ética en la que predomine la honestidad, la responsabilidad, la transparencia y se elimine la manipulación de la información. ¡Una utopía! Por el momento.

         Si lo anterior es utópico, “de perdis”, el médico en lo individual debe ampliar, cultivar y dignificar su figura, su imagen y su profesión, no solo como sanador, sino como defensor de los intereses de sus pacientes frente a los intereses o agresiones del propio sistema sanitario tanto institucional, como privado, contaminado de una deshumanización urbana, no selvática, pues tengo entendido que en la selva hay concordia y leyes justas dictadas por la naturaleza en que la flora y la fauna viven en armonía, y además, bastante y envidiablemente bien civilizados. Mejor que los humanos. Vale.