Guía para diabéticos.

En las últimas entregas se ha analizado la guía médica para diabéticos, confrontada con la realidad de la atención médica cotidiana y se han especificado las concordancias y las divergencias. En ocasiones exageramos en su aplicación y en otras, se aplican incorrectamente. Resultado: daño emocional, físico y económico a los enfermos. Las guías médicas para otros padecimientos, como la presión arterial, no escapan a este nocivo fenómeno.

En general, la gran mayoría de las guías se enfocan al entorno biológico de la enfermedad, aislándolo del contexto social y psicológico.

Por ejemplo, dice la guía diabética: fijar objetivos iniciales de control de acuerdo con el paciente diabético ya definido. Y sigue diciendo: En principio deberíamos intentar conseguir que la hemoglobina glicosilada se encuentre en valores alrededor o por debajo del 7%, dado que se ha demostrado que mediante el estricto control del azúcar se reducen las complicaciones microvasculares y a largo plazo las macrovasculares. Y continúa con alucinaciones, digo alusiones a la glucemia basal y postprandial, colesterol, triglicéridos, peso corporal, talla de cintura, presión arterial, consumo de tabaco.

Yo me he dado cuenta que a los enfermos les interesa más sentirse bien, que se les quite el dolor o lo reseco de la boca, que disminuyan las micciones en la noche para lograr un sueño placentero y sentirse bien durante sus labores cotidianas, que los resultados de toda la parafernalia de estudios que se solicitan en el momento actual, aparentando que estamos actualizados y que se está ejerciendo una atención médica de alta calidad.

Aunque, ya estamos también con el fenómeno de la medicalización de la sociedad: personas sanas que quieren comprar bienestar para el futuro y que aceptan todo tipo de estudios preventivos y decididos a comprar píldoras para “prevenir” los males principales que nos aquejan.

Realmente complican la existencia a los diabéticos. Todavía no tenemos un avance cultural para encajar en las guías médicas elaboradas, no por médicos clínicos que tratan con enfermos diariamente, sino por investigadores de grandes centros hospitalarios con laboratorios atiborrados de todos los aparatos modernos y en donde los médicos están más en contacto con esa modernidad, y no con los seres humanos que sufren sus dolencias. Y además, guías elaboradas con personas de contextos biológicos y sociales completamente diferentes a lo nuestro.

¿Dónde quedaron los sentimientos de un diabético, sus preocupaciones, sus temores, sus vivencias, su actitud negativa, su ira, su depresión nerviosa, sus malestares físicos, su forma de sentir, de vivir y de sufrir su azúcar elevada, su repercusión en el trabajo, en las relaciones familiares, en lo deportivo o social, sus usos y costumbres en alimentación?

No hay en las guías médicas alusiones directas a estas aristas fundamentales para el buen control de un diabético. Las guías médicas están bastante alejadas de lo humano y sin abordar lo humano de un diabético se dificulta obtener colaboración y compromiso del enfermo como persona, para ayudar a lograr la meta del bienestar físico y emocional, aunque sea parcialmente.

Los que intentamos abordar el lado humano de la enfermedad, nos enfrentamos a usos y costumbres sociales ancestrales del núcleo familiar y grupo social donde está inserto el diabético, usos y costumbres que pueden reñir con los usos y costumbres del quehacer médico. Así, hay que admitir, que nosotros los médicos también pertenecemos a un contexto familiar y social con usos y costumbres que pueden impedir una buena relación médica, armoniosa, reflexiva y asertiva.

Concretando: médicos y enfermos, diabéticos, o de otro padecimiento, debemos concentrarnos, hombro con hombro, en primer lugar a que la persona se sienta lo mejor posible desde el punto de vista físico y emocional y en segundo lugar, apoyarnos con los mínimos parámetros de laboratorio necesarios para lograr tal fin, al menor costo posible, siendo este aspecto, la justicia en la distribución de los recursos técnicos, una de las características de la buena atención médica: el mayor bienestar al menor costo y riesgo posible.

En los tiempos actuales, estamos muy lejos aún de lograr este justo objetivo. Por el contrario, la atención médica actual, a la defensiva, aumenta el costo y el riesgo incluso hasta de muerte para el enfermo: a las personas sanas la medicina defensiva las enferma y a las enfermas, la medicina defensiva las “contraremata”.

Ya se comentó en entregas previas: etiquetar a una persona sana como diabética con una alteración mínima de la glucemia en ayunas, digamos de 140 en forma aislada, o con una hemoglobina glicosilada de 6.5%, o una azúcar de 200 miligramos después de una carga de glucosa sin hacer un seguimiento en el tiempo de las cifras de azúcar, es exagerar e inflar las estadísticas con el diagnóstico falso de diabetes porque la mayoría de esas personas sanas con esos datos aislados, no evolucionan hacia la diabetes y la guía médica lo especifica con esta claridad. Sin embargo, ahí tenemos las noticias en la prensa, radio y televisión: la diabetes como el peor enemigo público. Noticias infladas que nos distraen de los verdaderos enemigos públicos: los políticos.

         ¿Será el ejercicio actual de la medicina un enemigo público? La respuesta está en el viento.